Studies in the Scriptures

Tabernacle Shadows

 The PhotoDrama of Creation


Capítulo 3

La Consagración Del Sacerdocio

 

– Separados para el Servicio de Dios – “Sea Fiel Hasta la Muerte” – “Santificaos” y “Yo Os Santifico” – Los Becerros y los Carneros de la Consagración – El Aceite de la Unción de la Consagración.

 

La consagración del Sacerdocio era típica de la consagración de la naturaleza humana del Señor Jesús y su Cuerpo, la Iglesia, para la voluntad de Jehová – la obediencia de Jesús hasta la muerte, y la obediencia de los miembros de su Cuerpo que sufren con él por causa de la justicia “hasta la muerte”.  El Cuerpo entero, representado por los hijos de Aarón (tanto como la Cabeza, representada en la persona del mismo Aarón), y por el antitípico sacrificio, siendo hecho durante la Edad Evangélica, consagrado a su obra futura como reyes y sacerdotes, para restaurar, bendecir y gobernar a la humanidad.  

Esta consagración significa entregarse de todo lo suyo para la voluntad de Dios en su servicio.  Pero esta dispoción de los sacrificadores llega a ser la oportunidad de Jehová; cuando estos sacerdotes han consagrado todo lo que poseen, todo lo que son, y todas sus esperanzas como seres humanos, dedicando o sacrificando éstos para la destrucción, de este modo se hacen sacrificadores juntamente con Jesús su Redentor, entonces, al aceptar sus sacrificios, Jehová los engendra para una naturaleza nueva – la naturaleza espiritual.  

Y no solamente esto, sino que como una recompensa por la fidelidad prometió darles la alta orden de existencia espiritual – la naturaleza divina: e inmediatamente ellos son contados como hijos espirituales de Dios. – Gal. 4:4-7; 2 Ped. 1:4.

“Sea Fiel Hasta La Muerte”

Que algunos que se consagran a sacrificio, y por lo tanto se unen por el vínculo del “sacerdocio real”, no alcanzarán el futuro servicio real, también se demuestra en estos tipos, tanto como expresamente declarado en el Nuevo Testamento.  Una clase será salva, “aunque así como por fuego”, “son los que han salido de la gran tribulación”, pero perderán el premio por el cual comenzaron correr en la consagración, porque no evaluaron con precisión ni suficientemente su privilegio de sacrificarse como sacerdotes – no fueron suficientemente celosos para sufrir con él, el Sumo Sacerdote.  Sobre éstos consideraremos particularmente más tarde cuando examinamos los sacrificios del Día de la Expiación.

Otra clase de aquellos que se consagran como sacerdotes, que no alcanzan las bendiciones reales prometidas a estos sacerdotes, serán destruidos en la Segunda Muerte.  Estos son traídos claramente a nuestra atención por el Nuevo Testamento (Heb. 6:4-6; 10:28-31; 1 Juan 5:16), y son ilustrados también en los tipos o sombras del servicio del Tabernáculo.

Los cuatro hijos de Aarón representaban primeramente el subsacerdocio, pero dos de ellos fueron destruidos – correspondiendo a las dos clases descritas arriba, ambas de las cuales fallaron con respecto al sacerdocio real; una de ellas sufre la Segunda Muerte, la otra se salva de ella “aunque así como por fuego” – la tribulación, la purificación.  Y como Aarón y los dos demás hijos fueron prohibidos de hacer lamentación por sus hermanos que fueron cortados de este modo, esto significa que todos los fieles de los sacerdotes reconocerán la justicia de las decisiones divinas, y se someten a ellas en humilde sumisión, diciendo, “justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.”  Ciertamente esto trae una bendición para los fieles, conduciéndolos a gran celo, y dicen: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.” – Lev. 10:1-7; Apoc. 15:3; Heb. 4:1.

“Santificaos”
y
“Yo Os Santifico”


El Bautismo En Agua
Simboliza La Consagraci
ón

La invitación para que el creyente justificado se consagre, se santifique, o se separe en el servicio divino, es una invitación para sacrificar los intereses y los derechos terrestres: y la promesa de parte de Dios es que tales sacrificios serán santos y aceptables mediante el mérito de nuestro Redentor, y que en retorno Él nos aceptará como nuevas criaturas, engendrándonos a la nueva naturaleza por el Espíritu Santo de la verdad.  De este modo Dios santifica o separa a los que se reconocen como nuevas criaturas santas.

El servicio típico de la consagración realizado sobre los sacerdotes típicos demuestra las dos partes de la consagración – nuestra parte en la entrega de la naturaleza humana y sus derechos, y la parte de Dios en la aceptación de nuestro sacrificio, y la separación y el acto de reconocernos como nuevas criaturas.  La nueva naturaleza espiritual fue representada en Aarón y sus hijos; y la naturaleza terrestre sacrificada fue representada en los becerros y los carneros ofrecidos en el altar.  Lev. 8:14-33.

El becerro de la ofrenda por el pecado fue traído, “y Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza del becerro”; de esto, por lo tanto, se dice: Este sacrificio nos representa.  A partir de ese momento, todo lo que aconteció con el becerro representaba lo que había de acontecer con Jesús y su Cuerpo, la Iglesia, como seres humanos. 

El becerro fue entregado a la “Ley” (representada por Moisés), para satisfacer sus exigencias para con Israel, típico de la humanidad en general.  Para satisfacer las exigencias de la Ley él tenía que morir – “y [Moisés] lo degolló.”  Luego, “Moisés tomó la sangre, y puso con su dedo sobre los cuernos del altar alrededor.”  El “dedo” de la “Ley” por lo tanto indicaba que el altar de sacrificios terrestres era agradable a Dios por causa de la sangre derramada, (la entrega de la vida), y que todos aquellos que comprenderán el poder del altar (los cuernos son símbolos de poder) tienen que reconocer primero la sangre que santifica. 

.  La sangre derramada sobre la base del altar demuestra que mediante la sangre del sacrificio (de la vida entregada) aun la tierra fue comprada de vuelta de la maldición, “hasta la redención de la posesión adquirida.” – Véase Ef. 1:14.

Y Moisés tomó el becerro con su piel, con su carne, etc., y lo quemó con fuego fuera del campamento. (Versículo 17)  De este modo la naturaleza humana del Cristo completo – Cabeza y Cuerpo – “es sacrificio por el pecado”, sufriendo la destrucción por la cual el mundo fue condenado, y de la cual, por este sacrificio, finalmente será liberado – el mérito siendo en el sacrificio de nuestro Señor Jesús, nosotros, sus “hermanos”, estamos privilegiados para llenar o cumplir lo que falta de las aflicciones de Él, como “miembros de su Cuerpo”. (Col. 1:24) 

Pero mientras que la naturaleza humana del sacerdocio real se destruye como una cosa vil a los ojos del mundo, como representado por la quema del becerro fuera del “Campamento”, Dios acepta la devoción de corazón que inspira al sacrificio, que dice: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.”  “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado.”

Esto fue representado por la ofrenda en el altar de la grosura y de las partes interiores del organismo produciendo vida, como un “olor grato” al Señor.

Otros rasgos de la misma consagración fueron demostrados por los dos carneros mencionados en los versículos 18 y 22.  El primero mencionado fue el carnero para el holocausto.  Aarón y sus hijos pusieron las manos sobre la cabeza del carnero, indicando por lo tanto que él representaba a ellos.  Moisés lo degolló;  roció la sangre sobre el altar alrededor; “y cortó el carnero en trozos”, “lavó luego con agua los intestinos y las piernas” y “hizo arder la cabeza, y los trozos, y la grosura.”  Así también durante toda la Edad Evangélica Jesús y su Cuerpo, la Iglesia, se presentan, miembro por miembro, ante Dios en el altar, no obstante todos son contados juntos como un solo sacrificio.  Se puso la Cabeza en el altar primero, y desde entonces todos aquellos que están “muertos con él”, y limpios, como en el tipo, con el lavamiento del agua – por la Palabra – se reconocen como dejados con la Cabeza sobre el mismo altar.  La quema de la ofrenda en el altar demuestra cómo Dios acepta el sacrificio, como un “olor grato”.

El segundo carnero, “el carnero de las consagraciones”, demostró qué efecto el sacrificio tendrá sobre nosotros, como el primero demostró de qué manera Dios recibe nuestro sacrificio.  Aarón y sus hijos pusieron las manos sobre la cabeza del carnero de las consagraciones, demostrando por lo tanto que él representaba a ellos.  Y habiendo quemado el carnero, tomó la sangre de éste (la vida consagrada) y la puso sobre cada cual separadamente, así demostrando que nuestra consagración es una obra individual.

Y la puso sobre el lóbulo de la oreja derecha, sobre el pulgar de la mano derecha, y sobre el pulgar del pie derecho.  Esto significa que por nuestra consagración estamos capacitados por el “oír con fe”, y para apreciar las promesas de Dios como nadie es capaz, solamente el consagrado.  Nuestras manos son consagradas para que todo cuanto que nos venga a mano para hacer, lo hacemos conforme a nuestras fuerzas para el Señor.

Nuestros pies son consagrados, para que de aquí en adelante nosotros “ya no and[emos] como los otros gentiles”, pero “andemos en vida nueva”, “andamos por fe”, “andemos también por el espíritu”, “andemos en la luz”, “de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él.” – Versículos 23, 24.

Las porciones escogidas del carnero, “los intestinos” [sus partes internas] y la “grosura”, representan nuestros sentimientos esenciales, nuestras mejores capacidades.  Estos fueron tomados por las manos de los sacerdotes y “mecidos” – de un lado al otro ante el Señor – representando el hecho de que una ofrenda consagrada no se da al Señor por un momento, un día o un año, sino que nos consagramos para mantener elevadas continuamente nuestras afecciones y fuerzas, nunca cesando hasta que sean aceptados por él como prueba de haber terminado nuestro curso.

Y Moisés tomó la ofrenda mecida retirándola de las manos de ellos (los sacerdotes no la ponían abajo) y la aceptación de Dios se demostró por el fuego.  Igualmente nosotros, el “sacerdocio real”, no podemos resignar o cesar de ofrecer todas nuestras capacidades en el servicio de Dios mientras las tenemos, tampoco hasta que todas sean consumidas en su servicio, sino hasta que Dios diga: Esto es suficiente – suba a lo alto.

  Cuando el amor (“la grosura”) de lo más interior de nuestro ser está puesto sobre el altar, esto ayuda a aumentar el fuego de la aceptación de Dios.  Cuanto más amor existe ligado con nuestra consagración a Dios, tanto más rápidamente Él consumirá nuestra ofrenda.

Sobre esta “ofrenda mecida”, mientras aún estaba en sus manos, fueron puestos tres panes de un canastillo.  Esta ofrenda fue puesta por Moisés sobre las manos tanto del Sumo Sacerdote como de los subsacerdotes.

La primera, una torta sin levadura, representa la pureza real de Jesús como un hombre, y la pureza imputada de la Iglesia como hombres, como atestiguado por la Ley (de Moisés) – la justificación – “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros”, durante el tiempo en que estamos aceptados como miembros de su cuerpo. (Rom. 8:4)  La segunda torta sin levadura, amasada con aceite, representa el espíritu de Dios que habita en nosotros – la santificación.  La tercera, una hojaldre, representó nuestra esperanza y fe en las preciosas y grandísimas promesas de gloria, honra e inmortalidad.

Sin estos elementos es imposible que nuestra consagración sea completa, y por eso, aceptable; a saber, la Justificación (la pureza), y la Santificación por el Espíritu, por medio de la fe en la verdad, y la fe en la Glorificación prometida.

El aceite de la unción mezclado con la sangre de la consagración fue rociado sobre Aarón y sus hijos (versículo 30), enseñando que nuestra consagración se acepta solamente porque somos justificados por la sangre preciosa de nuestro Redentor; por lo tanto, se dice que estamos aceptados solamente en el “Amado”. – Efesios 1:6. 

El hervor de la carne de la consagración (versículo 31) no era parte del sacrificio; era sólo la preparación de la porción que era para comerse.  Era todo para consumirse (versículo 32), demostrando que debemos estar completamente y enteramente consagrados, y nada de nuestro tiempo y fuerza se debe desperdiciar.

Los siete días de la consagración (versículos 33, 35) demuestran nuevamente que somos consagrados al servicio de Dios, y no solamente por una parte de nuestro tiempo, sino por todo el tiempo.  Siete, en las Escrituras, es un número completo, y significa todo o el total de lo que se aplica. (“Siete sellos”, “siete trompetas”, “siete plagas”, etc.)  El versículo 36 demuestra el cumplimiento de la obra de la consagración.

Nunca hubo un tiempo en que era más necesario que ahora para que todos aquellos que son consagrados como sacerdotes se aseguren de que estén “muertos con él”, y toda nuestra habilidad mece delante de Dios, para que Él pueda aceptar y hacer uso de nuestros talentos para su gloria.  Especialmente es esto un asunto de interés para los que entienden la enseñanza de las Escrituras que muy pronto todos los miembros del Cuerpo serán aceptados con la Cabeza, un olor grato al Señor [Jehová]; y que la obra del acto de abnegación se terminará entonces, y comenzará la obra gloriosa de bendecir a la humanidad y el cumplimiento del Pacto de Dios.

La consagración antitípica de los sacerdotes antitípicos se limita a la presente Edad [Evangélica].  Esta ha progresado constantemente desde que nuestro Señor y Precursor “se ofreció a sí mismo” – y se concluirá antes de que esta edad haya terminado completamente.  Y si fallaremos a estar entre los sacerdotes ahora, durante el tiempo de la consagración, no tendremos la posibilidad de ser uno de ellos cuando ellos comienzan su servicio para la gente en el Reino, cuando estos mismos sacerdotes (ahora despreciados de los hombres, pero un “olor grato al Señor [Jehová]”) tendrán el título de Rey añadido, y estarán dispuestos, con su Cabeza, Jesús, a gobernar y bendecir a todas las naciones. (Apoc. 20:6)  ¿Anhelamos sinceramente de estar entre aquellos que cantarán para el loor de nuestro gran Sumo Sacerdote, “nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”?  En este caso estaremos completamente consagrados ahora, pues es así solamente “si sufrimos” que “también reinaremos con él”. – 2 Tim. 2:12.

La Oración de los Subsacerdotes

“¡Victorioso Sumo Sacerdote! 
No más en vestiduras manchadas
Debes sacrificar el destino cercano;
Ni más con miedo del pecado serás afligido
El gran precio de la redención está pagado,
la gloria – elevada obtenida,
¡Y pronto para bendecir debes tú aparecer!

“¡Todo glorioso Sumo Sacerdote! 
Todo poder en el cielo y en la tierra,
Toda gracia y amor ¡haz tú poseer!
Como legítimo Rey de los reyes y Señor
de los señores, ¡resáltate!
Mientras jubilosas trompetas proclaman
tu honrado nombre y valor,
Y postradas huestes tu exaltación confiesan.

“¡O misericordioso Sumo Sacerdote!
O tierno abogado,
O penitente de infalible Amigo,
Aun conmovido por sentimiento
por nuestras aflicciones y estado humilde!
La futura obra de gracia por todos anticipada,
Y ahora, sobre nosotros, tu bendición ¡envías!”

 

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